Para trascender, para transformar no alcanza solamente con entenderlo intelectualmente.
Hay que dar un paso más.
El cuerpo necesita enterarse.
O mejor dicho, nosotros terminamos de enterarnos gracias al cuerpo.
Reprimimos emociones inconscientemente para que no incomoden, para que no duelan. Y sucede que nos olvidamos que están ahí…pero siguen ahí.
Así es que nos acostumbramos y desarrollamos una personalidad acorde a esa información negada.
Los enojos, frustraciones, rechazos, ataques, culpas tienen su origen, su causa.
Y generalmente no es aquello que nos solemos contar – no importa por cuánto tiempo lo vengamos haciendo.
Todos esos mecanismos son la manera que encontramos para protegernos.
Muy posiblemente descubramos que detrás de cada enojo o frustración hay un dolor que no fue bien gestionado.
Y ese dolor sólo responde a una percepción, a un juicio que hicimos…que tampoco es la verdad. Pero admitirlo puede ser un montón.
°
Nos acostumbramos a estar en conflicto.
Una parte nuestra nos dice que quiere estar en paz, pero todavía no está dispuesta a pagar el precio.
Y el precio no es más que soltar la ilusión.
La ilusión de pensar que algo más allá de nuestros propios pensamientos tiene la capacidad de hacernos daño.
El reconocer que todo lo vemos en el mundo son aspectos de nuestra propia consciencia – es la manera de hacer visible aquello que, de otra manera, permanecería oculto y que condiciona nuestra percepción.
°
Bienvenido el día que destapamos la olla y empezamos a sentir.
Bienvenido el día que empezamos a recordar para poder transformar.
Bienvenido el día que perdemos el miedo al miedo.