La Vida nos enseña.
Nos da, nos quita, nos impulsa, nos detiene…
Y, a veces, sin previo aviso, abre ventanas temporales — potentes, intensas — que nos aventuran a descubrirnos en una nueva piel.
Y eso da vértigo.
Salirnos de lo conocido puede sentirse como demasiado.
Son esos momentos donde lo único que sirve es anclarnos en la Presencia.
En la Presencia sostenida para poder sostener aquello que se despliega.
Y confiar.
Confiar en que dar cauce a todas esas aguas profundas, liberar todas esas memorias de dolor es lo que se requiere de nosotros. Lo que el Alma pide.
No el apuro, no el ¨hacer¨.
Sí la contemplación, el ser nuestro propio cuenco contenedor.
Tiempo de volver a ese lugar donde no se necesita esfuerzo.
Sólo hacernos disponibles para todo aquello que se abre.
Tiempo de abrazar esas grietas, tan inesperadas como bienvenidas, que dejan entrever aquello que yacía debajo de nuestras máscaras.
Tiempo para darnos tiempo.
Y aunque frenar parezca fácil, detenernos de verdad es un profundo acto de valentía.
💫