La sensación del sótano es distinta.
Muy diferente de la planta baja y mucho más de la terraza.
Pero es parte de nuestra casa.
Pocas veces bajamos voluntariamente.
Lo evitamos porque es oscuro, húmedo,
a veces sucio.
En la mayoría de los casos
simplemente sucede…
cuando nos queremos dar cuenta
ya estamos ahí.
Es un ¨descentramiento¨ automático e inconsciente.
Observación, neutralidad, paciencia,
se vuelven prácticas, casi esenciales,
si queremos encontrar la escalera que nos permita ascender,
elevarnos por sobre nuestros condicionamientos.
El sótano no es cómodo ni acogedor
y surge la prisa por salir.
Buscamos parches que tapen,
intentamos improvisar una escalera con cajas, muebles…
y, en esa urgencia, nos perdemos la oportunidad de vernos y trabajarnos –
sí, con pico y pala.
Se convierte en una práctica de embellecer la “prisión”
pero nunca de salir.
Abogamos por mejores condiciones, hacemos reclamos,
pero no consideramos nunca la posibilidad de ser libres.
Es más, nosotros mismos hemos construido los muros con nuestros hábitos, miedos, apegos y creencias.