Lo vi clarito.
Vi cómo todos mis patrones inconscientes querían salir a saludar.
Les dije que no era el momento.
Mal ese timing, estábamos en otra.
Pero lo vi clarito.
Sentí la tensión y ese impulso de hablar.
De querer convencer.
No comunicarme. Convencer.
Con ese ¨entusiasmo¨ característico de los vascos.
Y eso no siempre me ha llevado a buen puerto.
Casi nunca. O nunca. No lo sé.
Pero lo vi clarito y los mandé a todos para casa. 𝘊𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘷𝘢 𝘤𝘩𝘢𝘳𝘭𝘢𝘮𝘰𝘴.
°
𝘘𝘶é 𝘨𝘢𝘯𝘢𝘣𝘢 𝘺𝘰 𝘤𝘰𝘯 𝘦𝘴𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘷𝘦𝘳𝘴𝘢𝘤𝘪ó𝘯? Elegí hacerme esa pregunta – una de las que me ayudó a salir de ese riel, que me hacía reaccionar, cada vez, ante ese mismo estimulo.
No ganaba más que, tal vez, unos segundos de importancia personal, de reconocimiento, de aprobación. 𝘛𝘰𝘮𝘢𝘵𝘰, 𝘵𝘰𝘮𝘢𝘵𝘰𝘦. Todo eso, más de lo mismo.
°
Y entonces…otra vez sopa, a “revisar” a papá y a mamá.
No porque el tema sea realmente con ellos.
Sino porque fueron los primeros símbolos con quienes tuvimos aquellas experiencias.
Es decir, a través de ellos empezamos a caminar y habilitar este juego de la separación y de la dualidad.
Este juego que, paradójicamente, sólo nos permite pasar de nivel cuando recordamos que nunca podemos estar separados.