Iniciar un proceso de autoconocimiento.
Todo eso, en el fondo, tiene un solo propósito:
recordar quiénes somos.
Las prácticas son un medio cuyo objetivo es alcanzar la consciencia de unidad. Cuando ese sentido desaparece, la práctica se convierte en algo vacío.
Y la VERDAD es simple. Y, tal vez, en eso radica lo desafiante: a nuestra mente le gusta lo complejo.
En esa simpleza aparece nuestra responsabilidad.
Poder reconocer que únicamente nos relacionamos con nuestros propios pensamientos es un acto radical de humildad, de valentía. Porque hemos aprendido a ponerlo todo afuera: en el otro, en el mundo. Proyectamos constantemente nuestras insatisfacciones sin darnos cuenta que la fuente de aquello somos nosotros.
Es nuestra propia percepción, nuestro propio filtro – que responde a nuestro nivel de consciencia – el que interpreta y significa.
No vemos igual desde el primer piso que desde la planta 15. A más perspectiva, más comprensión. Y lo observado, inevitablemente, se transforma.
Una y otra vez buscamos confirmar la misma historia. La propia, la que nos queda cómoda.
Reafirmamos el cuento, buscamos culpables.
Y salir de ese bucle no requiere fórmulas.
Sólo voluntad.
Voluntad de mirar adentro.
De ver que si hay pensamientos de lucha, no puede haber paz.
Que lo que vemos afuera no es más que el eco de lo que albergamos dentro.
Estamos todo el tiempo experimentando nuestros propios pensamientos.
Esa es la simpleza de la Verdad.
Y no! Tener esta consciencia no nos libera mágicamente.
Por eso, la ¨práctica¨.
Una y otra vez, elegir regresar.
Volver al estado de consciencia que nos conecta con la Verdad.
Esa es la única transformación real.
La que nace en la mente y luego florece en la vida.