La delgada linea donde el servicio hacia los demás en realidad termina siendo el servicio hacia uno mismo.
Nuestros mecanismos de supervivencia – esos comportamientos que aprendimos para no pasarla tan mal – se disfrazan de infinitas formas: algunas más elegantes que otras, pero al final del día, todas parten del mismo objetivo: no contactar con nuestro dolor.
Nos empeñamos en valorar y juzgar a la realidad y a las personas, sin comprender que realmente nos estamos relacionando con nosotros mismos.
El mundo es neutro.
Lo que proyecto, lo que percibo, es propio.
Yo soy la fuente de aquello que veo, por lo tanto está en mí.
Y es desde esta mirada que entendemos que no hay ningún mundo o persona que salvar. El caminito siempre es hacia adentro, aunque realmente no hay adentro y afuera.
Sólo veo los símbolos de mis pensamientos. Veo mis pensamientos ¨hechos carne¨.
Y el loop nunca termina porque aquello que percibo me habilita a seguir actuando y pensando de la misma manera.
No existe la separación, por eso al reconocer la grandeza y la capacidad del otro, estoy también reconociendo la propia.
Eso nos permite ir acercándonos cada vez más a nuestras memorias de dolor para finalmente trascenderlas.