Nos acostumbramos.
Nos convencimos que 𝘦𝘴𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘵𝘰𝘥𝘰.
Y dejamos de 𝐜𝐫𝐞𝐚𝐫.
Dejamos de 𝐜𝐫𝐞𝐚𝐫𝐧𝐨𝐬.
Todo se transformó en repetición.
Olvidamos lo que es la aventura.
No se trata de otro viaje, de una nueva relación
o trabajo.
No. Eso es cambiar figuritas y ya pasó de moda.
La aventura es 𝐦𝐢𝐫𝐚𝐫 𝐝𝐞 𝐧𝐮𝐞𝐯𝐨.
Sí, sólo eso. Ni más ni menos.
Volver a contemplar lo mismo con otros ojos.
Con esos ojos que no distinguen entre bueno o malo, porque sólo perciben experiencias.
Con esos ojos que practican otras perspectivas, otros puntos de vista, una y otra vez.
Esa sí es una disciplina de alto rendimiento.
°
Cuando cambiamos nuestra percepción, inevitablemente cambia nuestra experiencia.
Y ese nuevo mundo interno genera una realidad completamente distinta.
Igual en apariencia, pero completamente distinta.
𝐂𝐫𝐞𝐚𝐦𝐨𝐬 aquello que queremos ver.
Elegimos.
Así comenzamos a disfrutar, a transformar nuestro plomo en oro.
A reconocernos en el otro sin justificarnos ni defendernos.
Aprendemos a estar presentes.
Aprendemos a reconocer ese instante que marca toda la diferencia.
Ese instante donde elegimos aventurarnos a lo nuevo o quedarnos en la jaula.