Estamos habituados a un sistema de pensamiento (creencias) que es poderoso, pero en debilitarnos.
Cualquier sistema de pensamiento es poderoso porque aquellas ideas en las cuales depositamos nuestra fe, se convierten en nuestras verdades.
Hay cosas que están ¨bien¨ y cosas que están ¨mal¨.
Cosas que se deben y cosas que no.
Asi que, a medida que vamos creciendo, las vamos aprendiendo como reglas tácitas para pertenecer, para ser aceptados.
Y cuando nos desviamos un poquito ¨de lo esperado¨, ya casi por default, aparece la culpa – que es justamente esa vocecita interna que nos avisa que, básicamente, la pifiamos y que no merecemos amor.
Lo lindo del cuento es que todo es una gran construcción, porque no son más que ideas, lejos muy lejos de ser la Verdad absoluta.
Pero en esta dinámica venimos ya hace rato y eso hace que hayamos perdido noción de que existe otra forma.
Los hábitos, incluídos los mentales, pueden elevarnos o tener el efecto totalmente contrario.
Y logramos ver todo este entramado cuando algo nos saca de lo ¨normal¨.
Logramos realmente verlo cuando tomamos consciencia de que nos estamos sintiendo culpables y una parte nuestra está esperando el ¨castigo¨ – y, a veces, hasta pidiéndolo.
Como si eso tuviese la capacidad para pasar la página y volver a foja cero.
Pero a veces sucede algo mágico, y ese castigo nunca llega.
De repente, del otro lado aparecen palabras y gestos de amor.
La trama toma un giro impensado…
Recibimos amor en el momento en que más vulnerable nos sentimos y algo dentro nuestro se desarma. Se cuestiona.
Recibimos justo lo que necesitábamos: aquello que nos conecta con el otro.
Y ahí es cuando surge el verdadero desafío, el propio – porque una vez experimentado eso, ya existe la consciencia de que lo que creíamos normal, tal vez no lo era tanto…
Queda en nosotros, entonces, el seguir dándole giros inesperados a esta trama que todos compartimos para que lo ¨esperado¨ no pueda ser otra cosa que amor.