Los cambios requieren un cierto nivel de incomodidad.
Hablo de los cambios ¨radicales¨ – de raíz. De ese ¨sacudón¨ que, por momentos, parece un montón, pero que al final nos trae paz. En realidad no nos trae paz, simplemente libera el espacio para que aparezca.
Y cuándo llegan los cambios?
En general cuando el nivel de dolor supera nuestro umbral.
Cambiamos cuando la gota rebalsa – cuando seguir sosteniéndonos de esa manera ya no nos trae ningún beneficio. Porque siempre se trata de eso: de un balance entre el dolor y el placer. Eso es lo único que nos mueve.
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Incómodo y a la vez liberador.
Incómodo reconocer que para que cambie nuestra realidad, tenemos que cambiar nosotros. No hay excepciones. El otro ya no funciona como chivo expiatorio para que nos sigamos postergando.
Liberador porque siempre está en nuestras manos.
Es un cambio a nivel ¨causas¨- esto es, en nuestros pensamientos, creencias.
Cambiar los efectos (comportamientos) sin haber modificado sus causas es la garantía de que la sigamos pasando mal un rato más.
Los cambios reales requieren que vayamos a la raíz, a la estructura desde la cual creamos nuestro mundo.
Necesitamos entonces reconocer cada una de nuestras creencias limitantes para luego reemplazarlas por otras que nos abran posibilidades, que potencien nuestro poder.
Y voila. Ahí comienza otro viaje.