Sería mucho más hermoso o, por lo menos, más liviano, creer que estamos siendo sostenidos por 𝘈𝘭𝘨𝘰 más grande…o por nosotros mismos en una consciencia más amplia.
Confiar – como muchas veces escuchamos – que la vida no se termina con la muerte.
La vida no se termina.
La muerte sólo es lo contrario al nacimiento.
No aprendimos a celebrar la muerte, aprendimos a llorarla.
Sólo aprendimos a creer en lo finito y pocas veces nos permitimos experimentar todo el mundo invisible que lo sostiene y lo hace posible.
Lo finito es ilusorio: termina donde terminan nuestros cinco sentidos.
Nuestro mundo se reduce a lo que nuestras creencias nos permiten.
La muerte duele porque pensamos que 𝘦𝘴𝘵𝘰 es todo lo que existe; duele porque sólo aprendimos a interactuar con la forma física.
Pero finalmente todo está en la mente.
Nunca nos relacionamos realmente con la otra persona sino con la imagen que hemos hecho de ella.
Y absolutamente todo cambia cuando internamente logramos construir algo diferente.
Tal vez hoy sea momento de actualizar conceptos, de deconstruirnos.
No porque logremos alcanzar La Verdad, sino para crear una dinámica más armónica con nosotros y, como consecuencia, con el mundo que proyectamos.