Posiblemente nunca veamos el bosque.
Posiblemente hoy descansemos en certezas que, en un nivel más profundo, sólo denoten nuestra ignorancia.
Tenemos esta necesidad compulsiva de crearnos estructuras para sentirnos seguros, sin importar cuán sanos sean sus cimientos.
Nos aferramos a un árbol, creyendo que tiene los mejores frutos, la mejor sombra, sin levantar nunca la cabeza y ver que, un poquito más allá, hay otros tantos, centenares. Una inabarcable cantidad.
Soltar lo conocido y permitir aventurarnos – abiertos a probar otros frutos y otras sombras – podría ser ¨el viaje¨. Como un recipiente, consciente de sí mismo, que se sabe vacío y se permite contener cualquier líquido. Sin rechazar o identificarse con ninguno, sólo oficiando de estructura.
Puede que el camino sea, simplemente, ir soltando esos contenidos y reconocernos como “lo que sostiene” y no “lo sostenido”.