Leí la palabra ¨reverencia¨ y algo conectó. Hizo click.
Algo de lo sagrado se coló por la ventana y me expandió. Ahí comprendí por qué me pulsa tan fuerte la escritura. Las palabras nos abren mundos. Son posibilidades. En su presencia también habita la potencia para transformarnos.
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Volvió fuerte esta idea, tan valiosa para mí, de practicar la intención. Una y otra vez, hasta hacerla carne. Condicionar nuestra mente para que experimente tal y como nos queremos sentir y, de esa manera, volver a recordarle que estamos al mando. Poner orden para que fluya lo real, que no es otra cosa que el Amor.
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Dejarnos atravesar por lo inmenso y misterioso de la Vida es una de las sensaciones más poderosas.
Vivir con reverencia es honrar, es la imagen interna de bajar la cabeza ante lo que no conocemos, ante lo que no sabemos…aún cuando alguna parte nuestra crea saberlo todo.
Ni cuerpo ni mente pequeña, somos Consciencia. Y es absolutamente inabarcable. Todo surge desde esa Consciencia de Amor, esa Fuente, y la reverencia es inclinarnos ante Eso.
Es volver a tener intimidad con el Universo.
Salir del automatismo, habitar la Presencia que nos mueve.
Sentirnos. Y para eso es necesario la pausa, el silencio, la lentitud – algo que parece haber pasado de moda.
En este mundo donde nada es para mañana y todo es para ayer, lo que más necesitamos es respirar profundo y darle espacio, mucho espacio, a ese movimiento de vida.
Hacer una reverencia a Eso invisible que nos sostiene y no nos pide nada a cambio. Eso es Amor…y ante eso, yo me inclino.