Un síntoma es una señal, un signo, algo que sucede.
Pero para que se convierta en algo que queremos modificar, necesita tener fuerza.
Necesita llegar a ese punto donde la incomodidad de sostenerlo es cada vez mayor.
Y es por eso que gran parte del ¨éxito¨ en un espacio terapéutico, entre otras cosas, tiene que ver con la apertura y la disposición a ver y a transformar aquello que duele, que pesa.
Disponernos a habitar esa vulnerabilidad y abrirnos a un proceso de sanación, que no es otra cosa que un camino de autoconocimiento.
No es ¨síntoma¨ la mala relación con nuestros padres o pareja, si estamos ¨acomodados¨ y no estamos dispuestos a atravesar esa puerta y contactar con lo profundo que sostiene esas dinámicas.
No es ¨síntoma¨ ese malestar físico si nos acostumbramos y no estamos dispuestos a comprender su mensaje y a reconocer que, lejos de ser un mal funcionamiento o mala suerte, es una adaptación biológica a situaciones vividas.
Nada es síntoma si no nos aprieta.
Por eso nadie puede hacer el trabajo por el otro ni tampoco nadie puede comenzar un proceso por obligación o culpa.
Ahí se pone en juego, eso que muchas veces cuesta, que es el respeto por el destino del otro.
Mucho en esta Vida nos es dado, nos toca. Pero lo que sí está en nuestro poder es nuestro libre albedrío para decidir cómo vivirlo.