Los héroes sólo juegan a ser héroes, y únicamente encuentran su sentido en función de algún otro – así que bienvenidos los malos, los débiles y las víctimas.
Los héroes se disfrazan, por un momento, de lo que no son, con la ilusión de resolver así su más profundo dolor. Ése es su motor. Porque nadie escapa al principio básico del inconsciente: el otro no existe – el otro es simplemente la creación mental que hicimos de él.
Por lo tanto, todo lo que hacemos, inevitablemente lo hacemos por nosotros mismos. No importa cuál sea el motivo o la excusa que nos contemos, todo funciona como un perfecto chivo expiatorio.
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Sucede que al “salvar” al otro, jugamos por un rato a que el conflicto no está en nosotros.
A que somos más importantes.
A que sabemos.
Y así nos alejamos de la Verdad.
Cada vez que nos autoproclamamos salvadores, en realidad estamos reafirmando nuestra propia necesidad de ser salvados.
Porque todo responde al mecanismo de la proyección. Aquello que vemos es lo que queremos ver. Aquello que vemos afuera es lo que negamos en nosotros.
Subestimamos al otro porque eso es menos doloroso que reconocer nuestra propia sensación de incapacidad.
El acto más heroico es abrirnos a nuestro mundo interno, no para luchar, sino para corregir todas las interpretaciones dolorosas que nos mantienen en el sufrimiento.