Una leve incomodidad. Pequeña, insistente.
Siempre había estado ahí, como un murmullo de fondo.
Tan habitual que la tomé por normal.
La normalidad es un engaño bien logrado.
Hasta que un buen día noté que el vaso estaba por rebalsar.
Ahí entendí que nunca me había detenido a mirarlo.
Solo seguía llenándolo.
Y la gota cayó.
Movió más de lo esperado.
Desarmó algo profundo, estructural.
Algo que, para mi sorpresa…nunca había sido mío.
Y entonces llegó el llanto.
No de tristeza.
No de pérdida.
Sino de confirmación. De liberación.
“Esto no es mío. Nunca lo fue. Sólo estaba compensando algo que no pude ser.”
Y con el llanto, la calma.
Y con la calma, otra forma de respirar.
El estado de tensión dejó espacio para algo más.
Algo que aún no tiene nombre.
¿Cómo es que cargamos memorias que no nos pertenecen?
Por amor, claro está.
¿Cómo es que nos liberamos?
Con AMOR. Con CONSCIENCIA.
Cuando el amor madura, se vuelve claro.
Cuando el respeto se profundiza, se vuelve justo.
Y cuando por fin nos permitimos SER…
Nos quedamos con lo nuestro. Y el otro, con lo suyo.
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1 comentario en “¨Las caderas no mienten¨. El llanto tampoco.”
Me pareció hermoso, verdadero, que fácil entender. Que bien lo has dicho. Gracias