La paradoja del “mundo mundial” es que cada vez que juzgamos al otro, el chupito de veneno nos lo estamos tomando nosotros.
El alivio, si es que lo hay, sólo es momentáneo.
Cuando llega la calma, reconocemos que finalmente no hay calma. Todo ello no fue más que una muestra, que no fue gratuita por cierto, de nuestro poco amor propio.
Porque…cómo podríamos amarnos y a la vez sostener esos pensamientos?
Imposible.
¨Todo lo que doy, es a mí mismo a quién se lo doy¨.
Damos y recibimos al mismo tiempo.
Y si necesitas confirmación, simple, fijate qué sensaciones aparecen en el cuerpo cuando estás en la gratitud y qué sucede cuando sostenés la crítica, la queja, el resentimiento…
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La siguiente paradoja, mundialísima también, es que, aunque a cierto nivel ese juicio nos separa del otro y crea distancia emocional, en el aspecto más profundo comprendemos que sólo es un pedido de amor.
Porque, no importa qué parezca estar sucediendo en la superficie, no tenemos muchas opciones en esta Vida: o estamos dando amor o lo estamos pidiendo – a veces a gritos, a veces en silencio.
Esta hermosa noticia confirma, entonces, que sólo existe el Amor.
Y la obvia deducción nos dice que sí, claro…
nosotros también seríamos Amor.
Somos Amor.
Toca hacerse cargo ahora.