Querer entender al otro es un acto de amor.
Es suspender, aunque sea por un momento, nuestra interpretación – nuestro impulso, ya casi involuntario, de juzgar.
Querer entender al otro es reconocer que nada es personal. Finalmente siempre nos estamos relacionando con nosotros mismos – experimentamos sólo nuestros propios pensamientos.
Querer entender al otro es comprender que, aunque no somos nada de eso, nuestra historia, nuestras experiencias nos condicionan y las heridas no sanadas dejan huella.
Querer entender al otro es olvidarnos, por un instante, de nuestras necesidades y salir a su encuentro. Con más corazón que mente.
Ahí es justo cuando sucede la magia.