Cuando la realidad se acomoda caprichosamente a nuestras expectativas – aquellas que nos mantienen en el conflicto – sentimos el alivio, finalmente respiramos.
Pero también es cierto que, aunque a veces necesitemos ese aire, cada vez que sucede nos estamos quitando la oportunidad de cambio.
Ese alivio momentáneo es el que mantiene la inercia de todos nuestros patrones. Y el costo es seguir dando vueltas dentro de la rueda, creyendo que estamos avanzando.
Seguimos así perpetuando un sufrimiento que llega en cómodas cuotas. Como todavía no supera el umbral de lo tolerable, seguimos tirando.
Ese tire y afloje puede durar toda la vida.
Podemos acostumbrarnos a vivir así de tal manera, hasta llegar a creer que es la única forma.
Y no es un tema de karma ni de espiritualidad porque finalmente no somos nada de eso. La única ¨urgencia¨ del cambio es simplemente dejar de desperdiciar el tiempo sembrando conflictos y darnos cuenta que hay otra manera de vivir.
Salirnos del cuento del miedo para que aparezca lo real…
Jugar a algo más divertido, porque es posible.